UN GIGANTESCO GAZPACHO
Unas 120 toneladas de tomates se convirtieron este miércoles en un gigantesco gazpacho cuando unas 40.000 personas participaron en la fiesta de la Tomatina de Buñol (Valencia), la guerra de los tomates que desde 1944 se celebra el último miércoles de agosto.
Eufóricos y excitados, 40.000 jóvenes de todo el mundo, desde Estados Unidos a Japón, se arrojaban el rojo y sabroso producto de la huerta durante una hora en la plaza de Buñol.
Las calles se transformaron en una impresionante y espesa salsa de tomate gigante y los jóvenes 'guerreros', con el organismo cargado de sangrías, muchos con el torso desnudo, se arrojaban los tomates en el centro y los alrededores de la Plaza Mayor de esta localidad de 10.000 habitantes, ubicada a unos 40 kilómetros de Valencia.
A las 11h00, cinco camiones habían vaciado de sus remolques esas 120 toneladas de tomates en medio de una multitud entusiasta que no se hizo esperar para lanzarse los proyectiles en un todos contra todos sin piedad.
La mayoría había llegado con varias horas de anticipo y tuvieron tiempo de arrancar la fiesta con una sangría, improvisando pequeñas batallitas.
La consigna era "aplastar los tomates" antes de arrojarlos para que el golpe fuera menos contundente, llevar "ropa vieja", prendas que puedan ser tiradas después de la fiesta y, si es posible, un calzado resistente que no pueda perderse entre la tomatera, explicaron los organizadores. También se recomienda a los participantes que se provean de "gafas de natación" porque "la acidez de los tomates pica en los ojos".
La Tomatina atrae a un número creciente de extranjeros y este año "reforzaremos la seguridad, con 200 agentes de la policía y de protección civil", prometió Rafael Perez, concejal de Buñol. Precisó luego que para garantizar la seguridad del acto se iba a contar también con dos helicópteros de la policía y "unos 50 vigilantes de seguridad privada contratados por el Ayuntamiento de Buñol para controlar el recorrido y vigilar que los participantes guardan la distancia adecuada a los camiones".
También se habilitaron espacios para instalar duchas para que los asistentes a la Tomatina pudieran lavarse al terminar la batalla, además de las mangueras que el Ayuntamiento y los vecinos de la ciudad ofrecen a los participantes. Muchos paticipantes acuden al río Buñol para refrescarse tras el festejo.
La fiesta cuesta, en total, unos "100.000 euros (145.000 dólares) a la municipalidad, 30.000 de los cuales para la compra de tomates", añadió el edil. Una operación lúdica rentable, según la alcaldía, por lo que consumen los participantes antes y después de la fiesta.
La Tomatina se remonta al año 1944, cuando un grupo de jóvenes de la localidad provocó una pelea durante las fiestas, utilizando tomates de un vendedor de frutas. Anualmente se fue consolidando la tradición, a pesar de la reticencia de algunas autoridades, que llegaron a prohibirla en los años cincuenta. En 1957, la alcaldía autorizó finalmente la fiesta y desde entonces se encarga de organizarla.
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