LA CEREMONIA DEL TÉ
El Viajero cree que algunas infusiones tienen su propia mitología, pero quizás ninguna como el té, la milenaria bebida de los pueblos de Oriente. El Viajero siente que fue su ritualización lo que le otorgó ese halo casi mágico. En este sentido fueron los chinos los que, por su historia, tradición y persistencia en registrar cadauno de sus signos, situaron al té entre la bebida y el rito.
En “El Libro de los Cantos”, primera antología de poesía china del siglo VI antes de nuestra era, ya aparece mencionado el té. En esos años, esta infusión era considerada una bebida medicinal, recomendable para prevenir las afecciones digestivas y hepáticas. También se lo prescribía para la hipertensión, y dicen que mejora la vista y hasta evita la caída del cabello. Los antiguos chinos, de costumbres más extremas, lo utilizaban para combatir el envenenamiento.
Como sabe El Viajero, el té fue también responsable de apurar otros inventos. Los chinos fueron maestros en la cerámica, pero la delicadeza y cuidado que implicaba beber té, los conminó a avanzar sobre las legendarias y finísimas porcelanas de ese origen.
Y si bien fueron los chinos los que lo revelaron al mundo, Europa se rindió a sus pies, aunque por cierto, muchos siglos más tarde. “¡Té! Tú suave, tú sobrio, sabio y venerable líquido, tú licor que desatas la lengua, suavizas la sonrisa, abres corazones...” escribió el actor y poeta Colley Cibber, a principios del siglo XVIII.
Cuando se dice té, a cualquiera le surge asociado a la palabra “ceremonia”. Tanto que, así como algunos occidentales concurren “al café”, los chinos crearon sus casas de té que han sido, a lo largo de su historia, el principal lugar de interacción social.
La ceremonia del té, práctica usual en cada una de las casas chinas, lleva varios pasos. El anfitrión calienta agua en una tetera de hierro, enjuaga los boles y utensilios y coloca el té verde en polvo en el bol con una cuchara de bambú. Luego, le añade agua caliente con un cucharón también de bambú. A continuación revuelve el té delicadamente con un batidor de la misma madera hasta que en la superficie de ese líquido de tono esmeralda aparece una leve espuma. Entonces está listo para servir.
En sus visitas a China, El Viajero descubre algunas sutilezas. El té espeso –llamado koicha – es el más frecuente. De consistencia cremosa y sabor ligeramente amargo, se bebe del mismo bol y en pequeñas cantidades. El té más ligero e informal –que llaman usucha –, se sirve al final de la ceremonia en boles individuales. Además de ser una bebida de encuentro social, el té tiene otras propiedades terapéuticas. En el verano, el té caliente, refresca; y en invierno, calienta.
Las ciudades chinas, cree El Viajero, tienen tantos atractivos que es imposible abarcarlos en un paseo. Sin embargo, las casas de té son una visita obligada. El clima que se respira adentro genera un sortilegio mágico, un extraño y satisfactorio vínculo con el silencio, aromas antiguos, el gesto medido, la templanza. En la Casa de Té Guozijian Yicheng, elegante y clásica, dos mujeres tocan discretamente el guqin de siete cuerdas –la cítara tradicional china. En el Templo divino Dajue disponen de seis habitaciones privadas que conforman Casa de Té Minghui. El personal se desliza blandamente vestido con la ropa tradicional de la Dinastía Qing.
Los rusos, que impusieron el samovar, decidieron adoptar el té una vez consumadas las invasiones mongolas. El Museo el Samovar, en la ciudad de Tula, tiene modelos desde el siglo XVIII.
Por su parte, los ingleses, que amaban pasear por el continente asiático y tomar todo lo que encontraban, también se asimilaron al té y crearon sus propios rituales, más ajustados a los horarios que a las ceremonias. Sin embargo, El Viajero sabe distinguir un particular lugar. Escondido en una callejuela del West End, un barrio de Glaslow, Escocia, se encuentra el Tchai-Ovna donde sirven ochenta tipos de té y exquisita comida vegetariana. El famoso “Full Afternoon Tea” viene acompañado con escones, bizcochos de frutas y sándwiches.
Allí, El Viajero Ilustrado recuerda –con admirable sentido del humor– el giro enigmático de la fiesta del té del Sombrerero Loco, que el escritor Lewis Carroll describe magistralmente en su libro “Alicia en el país de las Maravillas”. Y mide la inconmensurable distancia entre un rito hueco y el humor delirante de un genio.EL VIAJERO - CLARIN
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