ENTRE LA CAMA Y LA MESA
Entre la cama, la cocina y la mesa (Vivir para comer) La cama, como principio o génesis de esta historia, y el gourmet que todos llevamos dentro tienen una relación poderosa y jamás se percibe entre ellos frontera alguna. Nacemos -si tenemos suerte- en una cama. Recuperamos fuerzas a continuación de la batalla por el parto y comienza algo extraordinario: la atracción más poderosa del universo hace presencia y elimina la distancia que existe entre la boca y el primer alimento: el restaurante de mami, esos pechos maternos llenos de amor, sabiduría y salud y que transportan la clave de lo que luego marcará por siempre nuestro paladar. La cama continúa ejerciendo sus poderes luego del gran aterrizaje en esta vida. Cobija sueños, soledades, tristezas, alegrías, y allí aprendemos a "Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro" (*). Entre la cama y la mesa, con alguna escala por la cocina, construimos nuestros gustos y disgustos, y forjamos las pasiones que nunca dejarán de jugar un papel protagónico en nuestros actos, en ese trecho comprendido entre dos grandes puertos: nacer y morir. Al paladear alimentos aprendemos a madurar lo bueno, lo malo, lo mediocre y lo sublime. En este punto comenzamos a conmensurar los alimentos por medio del paso consciente de paladear; aquí se ejerce el acto más importante que apuntala el camino hacia la civilización: comer. Yo deseo, dentro de un gesto casi apocalíptico, que la humanidad entera deje de alimentarse y comience a comer. Un acto soberano, en el que se es libre al escoger lo que se desea. No con esa sonda intravenosa que nos alimentan sin que podamos ejercer el derecho de réplica, y no me refiero literalmente a ese infernal catéter que nos conectan cuando estamos enfermos, sino a aquella con la cual nos chuzan los medios de comunicación, formateando nuestro positivo y sano 'libre albedrío'. Nos complican el poder descubrir con natural sabiduría los colores y los aromas de este universo, por medio del acto de comer. Escoger libremente aromas, sabores, texturas, colores y formas de este gran universo está sólidamente estructurado dentro de un triángulo casi imposible de destruir: la cama, la cocina y la mesa. Este triángulo es el software sobre el que se asienta nuestra más importante misión: vivir. Pero los hackers continúan tratando de manipular y alterar, obviamente con intenciones muy claras, de dudosa ética, moral y estética, este poderosísimo software. Y ya cuando la tarde se avecina a los cristales y es hora de encender la intimidad, un encuentro inesperado: "No hay novia fea... No hay hijo idiota... No hay muerto malo...", nuestra jornada debe buscar el reposo, la pausa, la que no da la cama, o la cocina... o la mesa como objetos inertes e inorgánicos. Lo da esa única y sublime sensación que nunca podemos atrapar: la buena sombra y la brisa refrescante en nuestro rostro que solo arroja, el buen gusto por la civilización, la del buen amor por todo lo que nos rodea... lo bueno... lo malo... lo hermoso... lo feo y lo que sucedió... mis mejores platos... aquellos que llegaron a la cima de lo sublime, gracias a la sabiduría que me dieron los buenos fracasos, los intentos fallidos. Allí se esconde el secreto del buen gusto cultivado en una buena cama; una buena cocina y finalmente... sobre una magnifica mesa compartida. (*) Tomado del poema de Miguel Hernández 'Nanas de la cebolla' OPINIÓN - CATO - ELTIEMPO.COM |
0 comentarios