ARROZ A LA ZAMORANA
DE PINGOS PARDOS - Arroz a la zamorana
FRANCISCO CANTALAPIEDRA – norteastilla.es
Estoy empezando a cogerle el gustillo a esto de vivir de pingos pardos y ganarme la vida haciendo cosas por las que la gente paga en lugar de cobrar. Al final, va a acabar teniendo razón mi señora cuando dice que soy un privilegiado. Entre otras cosas, porque puedo levantarme a mediodía y salir de casa duchadito y con los zapatos bien lustrados, como siempre imaginé que haría el Marqués de Chorrapelada, recorriendo a caballo el olivar y el majuelo, almorzando más tarde en la heredad (los ricos nunca comen, almuerzan), y tras la siestecita, al casino, a arreglar el mundo, que buena falta le hace. Algo parecido a lo que hizo un servidor ayer domingo, que se pasó la mañana en la Feria de Día buscando delicatessen para degustar y famosillos para enhebrar este artículo, aunque tengo que reconocer que no fue un día redondo porque unas y otros se hicieron de rogar.
En realidad, lo más original que descubrí en las casetas es la capacidad para convertir por unos días un bar pijo de esos que llaman 'fashion', donde la tapa más original que sirve durante todo el año son los cacahuetes, en otro donde se venden patatas con carne o arroz a la zamorana, ése que comes a mediodía y te quita el hambre hasta mañana. Aunque en fiestas vale todo, me sorprendió que franquicias de café vendan sardinas a la plancha, baretos de copas caras donde lo único sólido que tienen son las rajas de limón se atrevan con los garbanzos con callos, o ese disco-bar de nombre extranjero despache raciones de paella y caña, a razón de 2,50 euros.
Para abrir boca empecé con un boludito argentino, un bocadillo de carne que tenía ternillas, pero me callé prudentemente para no ganarme el primer reproche de mi acompañante habitual, que está siempre convencida de que no sé pedir. Luego siguieron media docena más de degustaciones porque el caso era no almorzar sentados en la casa solariega, con lo que acabamos cansados como perros y con alguna variz nueva de tanto estar de pie.
Ante la imposibilidad de encontrar nada original para comer me dediqué a la caza del famoso, como la atleta Mayte Martínez, ya muy recuperada de la lesión que la impidió estar en Pekín. Mayte, que es buena gente por naturaleza y estaba acompañada por su marido y entrenador Juan Carlos Granado, recordó a su colega Marta Domínguez, que no tocó pódium por un desmayo a pie de meta que nos dejó a todos con el alma encogida.
La frase de Mayte «es que menudo palo», refleja bien el sentimiento de muchos de nosotros, incluso los que solo somos expertos en levantamiento de vidrio en barra de caseta. Antes ya había tenido la suerte de toparme en plena calle con el famoso ratón Mickey Mouse vestido de sí mismo y vendiendo globos, y luego con el jefe de informativos de la Ser, Goyo Martínez, que pastoreaba a medio centenar de forasteros de una sociedad deportiva llegados para jugar al fútbol y zampar, actividades incompatibles pero necesarias, por lo menos la segunda.
Después de contarme que el alcalde de Cigales, que es su pueblo de adopción, les ha negado el campo de fútbol, me confesó que todos estaban encantados de la movida pucelana. Tanto, que uno de ellos me dijo que estas fiestas tienen «más calidad que las de Bilbao», lo cual dicho por un nativo de aquella tierra es muy de agradecer, incluso sin saber si era del mismo Bilbao. A cien metros de nosotros, un cuadro flamenco contratado por Paco 'Criollo' entonaba aquello de «te estoy amando locamenti pero no sé cómo te lo vi a decí...» Cuando Paco me dijo «la feria está floja, pero vamos aguantando», abandoné la zona para evitar que la crisis se convirtiera, otra vez, en la estrella de la jornada.
Mi señora y yo, por si acaso, en vez de postre, nos fuimos a comer una piruleta con palo para entrar a formar parte del libro más chorra del mundo: el Guinnes de los récords. Entramos, pero creo que me ha salido una caries.
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