LA SODA EN ARGENTINA
LA SODA EN LA ARGENTINA
Se tomó primero para rebajar el whisky en Inglaterra, luego porque se creía que tenía propiedades curativas y más tarde como compañera inseparable de las comidas. La Plata llegó a cobijar una decena de soderías. Desde los primeros días, cuando se tomaba sólo en las licorerías, hasta el sifón de plástico Durante décadas, compañía inseparable en la mesa de los argentinos, la soda pasó de ocupar un lugar relevante en la cultura gastronómica vernácula a, prácticamente, desaparecer. El sifón y su contenido efervescente tienen una profusa historia en nuestra ciudad, arraigada desde la época fundacional. La Plata, además, supo cobijar a decenas de soderías, de las cuales hoy sólo sobrevive un puñado con una clientela sin la fidelidad de aquellos días. El apogeo y ocaso de la industria de la soda remontan sus albores a los años de Dardo Rocha, los primeros empedrados y los mateos surcando las pocas calles de la incipiente capital bonaerense. De antaño y tradicional fue la Licorería Gavassi, Zaballa y Cia. en avenida 1 entre 47 y 48 (donde hoy está El Ayuntamiento), precursora de la llamada “gaseosa” cristal. En ese entonces, la soda como tal se vendía en este tipo de casas, aún no existía la figura del repartidor, los cajones de madera, ni el sifón sobre la mesa para rebajar el vino. “Se tomaba sólo en bares, restauarantes y licorerías. Se creía que tenía propiedades curativas, digestivas, para sacar la pesadez tras una comida. Apenas algunas familias adineradas la usaban en el almuerzo o la cena. Tenían el sifón Sparklet’s, con carga individual. Venía con una malla de alambre alrededor en forma de contención, para evitar que explotara”, cuenta el platense Luis Alberto Taube, uno de los pocos historiadores de la soda que hay en el país y propietario del único museo del ramo que existe en nuestra región. Los ingleses, allá por 1870, fueron precursores con esta bebida cuando descubrieron el gas carbónico. Pero la utilizaban para cortar un poco el whisky, no como un adicional en las comidas. Una de las soderías fundacionales de La Plata fue la de Risso y Podestá, ubicada en 10 y 61, que luego la compró Marzoratti y Pontirolli (que hacía la gaseosa Criollita) en 1919, otra de las grandes fábricas que tuvo la capital bonaerense. Durante años funcionó en 5 entre 41 y 42. La expansión - En los primeros años del siglo pasado la soda comenzó a ganar terreno, a masificarse, y con ese cambio cultural empezaron a brotar las soderías a la usanza más conocida. Pero el cambio más notorio, según Taube, fue el que introdujeron las fábricas del vidrio que marcaron toda una época en nuestro país, básicamente Rigolleau. Hasta ese entonces, “el sifón se traía de afuera o se producía como en Europa, de tres cuartos. Pero Rigolleau (en Berazategui), Mayboglass (en Avellaneda) y La Asunción (en Capital Federal) comenzaron a fabricar el de litro, toda una innovación y revolución del momento”. Tras la crisis del año 30, vendían litros de efervescente soda Agustín Negro (61 nº 924), que luego sería adquirida por José Baña; Pedro Lodigiani; Soda Progreso (todavía existe, hoy en manos de Millán) de Rufino y Sambucetti (11 y 60, donde fabricaba La Platense); Ronconi y Garbi; Frescol; Miranda y Mondino. Quizás la que más presencia tenía en el mercado local era la Sodería de Juan Carlos Caprile, Manantial (7, 42 y 43), que actualmente funciona. Llegó a contar con diez bocas de expendio. Otro de de sus competidores fue Di Salvo, Manzione y Juan Paladino, luego Paladino Hnos. “Aquí surgió el repartidor de soda, casi un amigo de los clientes. En las casas se dejaba la puerta entreabierta con el cajón de madera de seis unidades detrás, con los sifones vacíos y la plata debajo. El sodero los cambiaba, se llevaba la plata y listo. Otros le dejaban la llave de su casa. Así, había distribuidores con decenas de manojos. Obviamente, casi no existía la inseguridad”, recuerda Taube, cuyo museo con 6.000 piezas (entre folletos, sifones, maquinarias, herramientas de sodería, cubre y porta sifones, cartelería, sifones de publicidad, propagandas, fotos, etc) cumplirá cuatro años el 26 de abril. Color en la mesa - Los sifones, siempre de vidrio, eran de los colores más variados. Había azules, celestes, verde en sus diferentes gamas, rosa y ámbar, entre otros. Todos, a su vez, tenían tallado en relieve el logo de cada sodería. Así, nadie se podía confundir. Las mallas de seguridad que los recubrieron, primero de cobre, luego de aluminio y más tarde de plástico, llegaron con posteridad. Con esta expansión del mercado surgieron varios problemas. “Había una publicidad de la época que decía: Con sólo abrir una canilla usted tendrá una sodería, para promocionar una máquina que venía del exterior, la que permitía fabricar soda fácilmente y en la casa. El inconveniente era la salubridad”, apunta Taube. La intervención del ministerio de Salud fue determinante. Abrió un registro de soderías y ordenó numerar todos los sifones para llevar un control más estricto. El otro problema que surgió por aquel entonces fue, precisamente, el color de los sifones, que no dejaban ver su contenido. Taube, coleccionista empedernido e historiador consuetudinario, fecha el apogeo de la soda de la década del ‘50 para adelante. Allí surgieron las fábricas platenses José Castillo, el Tigre Millán, Soda Carioca, San Paoli, San Jorge y La Gioiosa, entre otras. “Ya estaba instalada en la mesa de los argentinos. Pero luego, a partir de la introducción del televisor, la gente comenzó a ver que la familia Falcón tenía la soda en cada almuerzo o cena, y la popularización fue aún mayor”, estima Taube. A partir del ‘80 esta costumbre tan nacional empezó a declinar, primero levemente, y luego con notoria pronunciación. Hoy en La Plata quedan El Jumillano de Ivess, Hermida, Manantial de Chispal, Progreso de Millán y algunas soderías más pequeñas. “Ahora los chicos no saben qué es la soda. Piensan que viene en botella, una lástima”, reflexiona Taube. Ya sin el entrañable sifón de vidrio, la soda perdió la efervescencia de aquellos días en la gastronomía argentina |
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natalia -