UN CANTINERO EMPRENDEDOR
La vida del indiano ribadedense Íñigo Noriega Laso es propia de una película de acción y, además, en tiempos de la revolución mexicana. Comerciante de éxito y aventurero, el protagonista emigró de Colombres hacia México en 1868, junto a dos hermanos y cuando sólo tenía 14 años. Atrás dejaba unas condiciones difíciles, que hicieron que cientos de convecinos emprendiesen un viaje hacia América en busca de fortuna. La suerte de unos y otros fue desigual. Algunos se hicieron ricos y regresaron, construyendo hermosas casas y mejorando las condiciones de sus pueblos de origen. Otros desaparecieron sin dejar rastro, y hasta hubo alguno que volvió sin un duro y fracasado.
Íñigo Noriega Laso fue un caso especial porque, a pesar de convertirse en una de las personas más ricas de México, no fue de los que regresó a casa para disfrutar de un retiro lujoso. Para resumir su historia, se puede hacer referencia a tres o cuatro leyendas que versan sobre él, y de las que el propio Ignacio Gracia Noriega, el escritor llanisco que acaba de publicar un libro sobre el personaje, duda sobre su total veracidad, pero afirma que «bien pueden servir para conocer su carácter: ingenio, desafío, generosidad, ambición...». Quizás la más conocida, ya recogida en algún que otro libro, sea la de que, cuando regía una cantina -tras casarse con la hija del primer propietario- hubiese mandado arrancar las puertas de la misma, llamada El Borrego Degollado, para evitar la prohibición de que éstas estuviesen abiertas después de las doce de la noche. Si no hay puertas, la cantina podría estar abierta toda la noche.
Esta decisión hizo que, por primera vez, reparase en él el presidente de la República, Porfirio Díaz, que más tarde sería derrocado en la revolución mexicana. La relación entre ellos sería realmente fructífera, ya que mientras Íñigo Noriega llenaba sus arcas, las iniciativas puestas en marcha por él suponían desarrollo y empleo para el país que dirigía Porfirio Díaz. De hecho, el gran nivel de producción que alcanzaron más tarde las haciendas del indiano hicieron bajar los precios de algunos alimentos básicos. Noriega era ambicioso, y sabía que estar cerca del poder podía beneficiarle. En ese sentido, también se hizo rodear de algunos periodistas que, de vez en cuando, narraban en la prensa de la época las evoluciones de sus empresas y la riqueza que se generaba alrededor de ellas.
La segunda anécdota que puede dar idea de la personalidad de Íñigo Noriega versa sobre Villa Guadalupe, la quinta que mandó construir en Colombres, rodeada de jardines y con una simbólica palmera. Una muestra muy elegante de la arquitectura típica de los indianos, que regresaban a casa y querían mostrar a sus vecinos lo bien que les habían ido las cosas en América. En principio era para su retiro final -que nunca llegaría a producirse-, pero una vez derrocado Porfirio Díaz, Noriega se la ofreció como residencia, aúnque éste prefirió retirarse a París. De todas formas, por aquellos tiempos, la casa tenía a todos sus criados, el jardín arreglado y dos coches esperaban listos la llegada de alguno de sus visitantes, que finalmente nunca se produjo de forma definitiva.
Porque de lo que sí hay constancia es de alguna visita de Noriega a Santander, y de facturas a base de langosta que conservaron los pescaderos de la zona, y que bien podría haber degustado en su casa de Colombres. Aún así, Íñigo Noriega no pudo disfrutar de su palacete -al que nombró Villa Guadalupe en honor a su mujer- porque tras la revolución mexicana, que le privó de todas sus haciendas y propiedades, se quedó pleiteando contra el nuevo gobierno para tratar de recuperarlas. Algo normal si se tiene en cuenta que el indiano asturiano se había convertido en el mayor propietario del norte de México. Su idea de desecar la laguna de Chalco para dedicarla a plantar maíz, además de suponer trabajo para cientos de personas y desarrollo para el país, le trajo una enorme fortuna. Algunas de sus nueve enormes haciendas contaban con ferrocarril propio, y eran vigiladas por su ejército personal. Fue propietario de negocios textiles, minas y hasta prestamista del presidente de la República. Mandó edificar palacios y fundó ciudades, una con el nombre de Nueva Colombres, pero acabó su vida carente de la fortuna que había amasado. Comentaban también que Zapata había utilizado en más de una ocasión alguna de sus haciendas para ocultarse, cosa no demasiado difícil, porque era prácticamente imposible recorrer México sin adentrarse en alguna de sus propiedades. De hecho, algunas películas de cine también pudieron haber utilizado como escenario sus terrenos. Curiosamente, en la película 'Viva Zapata' el terrateniente se llama don Nacho, y algunos han querido ver en esa referencia un homenaje a Íñigo Noriega. Comenta Ignacio Gracia Noriega en su libro que «cuando se le preguntaba a cualquiera, casi en cualquier punto del norte de México, sobre el origen de las tierras que labraba, éste decía sin dudarlo 'son tierras del señor don Íñigo'».
Aventurero
Pero su historia no acaba en México. Una vez desposeído, se sabe que se fue a Estados Unidos, donde llegó a ser sheriff de Cameron County, en Tejas. Como ayudante del sheriff titular, Íñigo Noriega dio muestras de su afán aventurero. «Hay una foto de él con un gran pistolón», confirma el autor del libro. Y recuerda otra anécdota en la que hizo frente a tiros a los asaltantes que trataron de robar su diligencia cuando viajaba con una de sus hijas.
En todo ese tiempo, Íñigo Noriega Laso fue padre de once hijos legítimos, aunque se le atribuyen docenas de hijos más. Los más exagerados aseguran que un centenar. Corrieron ríos de tinta sobre la trágica muerte de dos de ellos, cuando la prensa mexicana reflejó que Ínigo -hijo de nuestro protagonista- se había suicidado tras matar a su propia hermana. Combustible para la leyenda.
Dicen también que declinó el indiano negar su amistad con Porfirio Díaz ante el nuevo gobierno mexicano, lo que le hubiese devuelto parte de sus propiedades. De tenerlo todo pasó a tener menos, pero nunca le faltó de nada. En aquella época viajó a Nueva York, Europa y Cuba. Y dejó en su testamento dinero para construir una escuela en Colombres, entre otras obras de interés para los vecinos.
Murió el 4 de diciembre de 1920 en Ciudad de México, dejando tras de sí una historia apasionante
Fuente: El Comercio Digital
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