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Llegar hasta ese punto no es fácil, pues hay que viajar más de cuatro horas por una tortuosa carretera desde la ciudad de Huaraz, capital de la región andina de Áncash, y pernoctar en el pueblo de Chavín antes de emprender la vuelta.
Durante la ceremonia en la plaza mayor, los trabajadores del complejo arqueológico se disfrazan con máscaras y trajes típicos para recrear las danzas del jaguar y de las aves ("wiscur danza"), así como los sonidos de los ancestrales pututos, unas conchas de caracol marino que sirven de trompetas.
El guía Esteban Rivas, que encarna la figura de sacerdote bajo una máscara de felino que lo convierte en un ser sobrenatural, protagoniza una ceremonia de pago a la madre tierra o "pachamama". "Me siento poderoso", confiesa.
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Los focos eléctricos sustituyen a los espejos de antracita que se utilizaban hace 3.000 años para proyectar luz, mientras un rugido de jaguar sale de las entrañas de este antiguo centro de peregrinación para atemorizar al público, un efecto que en la época se obtenía con el desvío de las aguas del río Wachecsa hacia un canal acústico situado bajo la escultura de granito del Lanzón.
El Lanzón, "la única deidad andina que permanece en su sitio" según el director del Museo nacional de Arqueología, Christian Mesía, es una lanza vertical de piedra de más de 4 metros anclada en uno de los túneles subterráneos de la galería de los Laberintos.
Escondidos en uno de los recovecos de la galería, unos "chamanes" (hechiceros) consumen drogas con un joven en plena sesión espiritual.
Antiguamente, sustancias alucinógenas como el "san Pedro", que contiene mescalina, eran "la puerta de entrada" a un viaje divino controlado por las autoridades religiosas, que basaban su poder en el desafío a la naturaleza y la prevención de acontecimientos, explica Mesía.
Para el guía Luis Minaya, la hemorragia que producen las drogas aparece representada por los algodones que tapan los orificios nasales de las cabezas clavas, las famosas esculturas líticas que representan rostros humanos con rasgos de felinos "clavados" sobre los muros externos y que se exhiben en su mayoría en el Museo Nacional de Chavín.
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Un museo para Chavín
Este espacio, abierto en 2009 con el aporte financiero japonés, es el segundo intento por mantener un museo en el propio pueblo de Chavín, después de que un aluvión se llevara por delante el inaugurado en 1940 por el padre de la arqueología peruana, Julio C. Tello.
El nuevo museo cuenta con 282 piezas de cerámica y artefactos fabricados entre los 1.500 y 500 años antes de nuestra era, además de una réplica de la plaza cuadrada de 49 metros cuadrados que ejemplifica -dice Minaya- la obsesión del hombre de Chavín por los múltiplos de siete, considerado un número "perfecto".
Entre las piezas, destacan la colección de veinte caracolas halladas en 2000 y el impresionante obelisco de Tello, el original, donde aparecen dos caimanes en actitud de coito que simbolizan la fertilidad.
La pieza fue descubierta en 1908 por Trinidad Alfaro, un poblador que intentó sin éxito llevársela a su casa, pero ésta acabó en una iglesia local donde el padre de la arqueología peruana, Julio C. Tello, la encontró en 1919.
Hasta el lugar no ha sido posible, sin embargo, transportar la "Estela de Raimondi", una de las principales piezas de Chavín que representa al "dios de las varas" y permanece en Lima debido a su fragilidad.
Los cultos a esta divinidad -considerada más tarde por los incas como el dios Wiracocha- o al felino son algunos ejemplos de la influencia que ejerció Chavín en el norte, el centro y el sur de Perú, fenómeno que se refleja en las salas del museo.
Influencias desde el corazón de los Andes.
Esta sociedad de agricultores se impuso a otras contemporáneas como la Cupisnique o la Paracas a través de sus contactos comerciales, apunta Mesía, quien destaca su organización jerarquizada y de hondas raíces religiosas.
De hecho, Chavín perdió fuelle cuando sus sacerdotes, expertos en la "manipulación de las conductas", según el arqueólogo, no pudieron evitar el terremoto que afectó el callejón de Conchucos, zona escarpada de alto riesgo geológico donde se ubica el sitio.
Aún faltan por desvelar muchos secretos de esta cultura preinca de más de 3.400 años de antigüedad, al menos para el arqueólogo residente encargado del monumento, Iván Falconí, que augura una reserva de investigación de al menos cien años.
Además, destaca Chavín como un lugar "muy importante" para interpretar el Periodo Formativo en Perú, entre los años 1500 y 550 antes de Cristo.
La que fue considerada la "cultura madre" de los Andes por Tello, fue privada de ese "privilegio" cuando se descubrió hace dieciséis años la ciudad costeña de Caral, de 5.000 años de antigüedad.
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Energía mística
En 1985, el complejo fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad al constituir un testimonio excepcional de una civilización desaparecida.
Al margen de la maraña de fechas, Falconí cree que Chavín puede ser un lugar histórico, de investigación, de relax o incluso de energía mística, al gusto de las 65.000 personas que lo visitan cada año.
Mesía sostiene, por su parte, que Chavín, que tuvo su apogeo hace más de dos mil años, brinda ahora la oportunidad a los peruanos de reencontrarse con sus orígenes y buscar "no aquello que nos separa ahora, sino aquello que nos une desde siempre".
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