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CENTRO DE INVESTIGACIÓN DE LOS ANDES

NIKOLA TESLA

caso del científico e inventor Nikola Tesla (Smiljan, Croacia, 1856- Nueva York, 1943) es uno de los más peculiares de la historia de la ciencia. No tanto por ser durante mucho tiempo un gran desconocido, a pesar de que sin él nuestro mundo actual, basado en la electricidad, simplemente no existiría; desgraciadamente, no es infrecuente que el nombre de los verdaderos padres de inventos y tecnologías fundamentales se vea eclipsado, maliciosamente o no, por el de competidores o advenedizos. Lo que hace especial a Tesla es que su reivindicación, que cada vez va ganando más adeptos, ha venido antes del mundo artístico y literario que del de sus colegas.

Así, dejando aparte los títulos que en los últimos tiempos han ocupado las mesas de novedades –la biografía «Nikola Tesla. El genio al que robaron la luz», de Margaret Cheney (Turner, 2010); los textos autobiográficos del propio Tesla reunidos en el volumen «Yo y la energía» (Turner, 2011) y «Nikola Tesla», de Massimo Teodorani (Sirio, 2011)–, el científico norteamericano había sido hasta ahora un lucido personaje secundario en obras de autores tan diversos como Paul Auster, Thomas Pynchon y Christopher Priest, que utilizaban la fascinante vida y personalidad tesliana como motor para sus ficciones.

Pero ha sido curiosamente un escritor francés, Jean Echenoz, el primero en firmar una novela en la que el propio Tesla es el protagonista, por más que su nombre se transforme en Gregor, quizá por las licencias biográficas que el autor se permite, o quizá por un intento de trazar una línea entre su protagonista y el de «La transformación» de Kafka, uno de esos personajes definitorios de toda una época. Con esta obra, Echenoz culmina su trilogía de vidas reales que más parecen imaginarias, que comenzó con «Ravel» (2007), siguió con el improbable campeón olímpico de atletismo Emil Zatopek de «Correr» (2010) y culmina ahora con este «Relámpagos», como los anteriores publicado en Anagrama. Y como en el caso de este último, el Gregor/Tesla de Echenoz aparece como un personaje incrustado en un momento y un tiempo equivocados, un ser ajeno a cualquier cosa que no sea su propio mundo interior y que definitivamente ni comprende ni quiere ser comprendido por los que le rodean, desde los financieros amigos y los rivales como Edison, hasta las repugnantes palomas que le obsesionan en la última parte de su vida y que, en el mayor hallazgo de la novela, terminarán conspirando para acabar con su vida y conseguir así que deje de darles la lata.

Retrato de un héroe
«Relámpagos» es puro Echenoz, relatado con ese estilo marca de la casa en el que las formas de la narración oral irrumpen constantemente para restar pomposidad a lo contado, creando divertidos efectos y sacando el máximo partido a su economía de medios. En sus manos, los inventos y las andanzas del protagonista parecen más marcados por el capricho que por seguir un verdadero plan: de la misma manera que un buen día Emil se puso a correr, sin que ni siquiera al final tuviera muy claro el motivo, Gregor piensa y diseña artefactos prodigiosos sin llegar a culminarlos, olvidándose de encontrar el modo de comercializarlos y traerlos a la realidad. Ajeno a la lógica de las cosas, su reino no es de este mundo, y acaba arrumbado en el cuarto de los trastos viejos: frente a la fascinación que irradian los «teslas» austeriano y pynchoniano, el de Echenoz es poco más que un pobre ingenuo que deja un legado del que sólo se aprovecharán los extraños. Si triste y patético fue el fin del Tesla real, el de Gregor sube aún un grado en su extrema soledad.

Las derivaciones de la vida de Tesla, de su peso en una época y un lugar tan fascinantes como el Nueva York y los Estados Unidos de finales del siglo XIX, son tan grandes que casi cualquier intento de aprehenderlas está condenado al fracaso. Echenoz, lejos de cualquier afán enciclopédico, coge lo necesario para trazar el retrato de uno de sus héroes de hechuras bien humanas, y lo hace con una sólo aparente ligereza con una prosa por momentos entrañable, en otros burlona, pero siempre capaz de la máxima eficacia. Es tan sólo uno de los Teslas posibles.

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