BUEN LIBRO
Wolfgang Schivelbusch |
Historia de los estimulantes |
Barcelona, Anagrama, 1995 |
Aun cuando se conozcan bien sus efectos en el organismo, la historia de los modos de consumo y socialización de sustancias estimulantes, narcóticas o alucinógenas como el café, el tabaco, el alcohol o el opio permite entender un poco mejor su atávica atracción, que en tantos casos se ha demostrado más poderosa que la más firme prohibición.
Historia de los estimulantes. El paraíso, el sentido del gusto y la razón presenta, en capítulos breves y amenos, y con interesantes ilustraciones y grabados de época, las formas y las razones (económicas, simbólicas, sociológicas) de la introducción en Europa de productos exóticos no nutritivos que en su momento revolucionaron las costumbres, o al menos tuvieron efectos perceptibles y duraderos en la vida cotidiana de millones y millones de personas.
No pretende el autor abarcar todas y cada una de las sustancias «placenteras» que las sociedades han consumido, por diversas razones, desde la Antigüedad. Schivelbusch se concentra en aquellas que promovieron grandes industrias (café, té, tabaco), que supusieron cambios culturales significativos en las sociedades que las adoptaron (especias, cerveza, aguardiente) o que influyeron en procesos históricos y geopolíticos (la relación entre opio y colonialismo en la China del siglo XIX, por ejemplo, que no por conocida deja de sorprender cada vez que se vuelve sobre ella, y que, por comparación o por contraste, da ciertas luces sobre la situación del narcotráfico y el consumo de drogas prohibidas en el mundo actual).
En cada caso se explican las condiciones de la expansión de estas sustancias, ligada a los viajes de exploración, al descubrimiento de nuevos mundos y al comercio. En la Edad Media fueron las especias –jengibre, clavo, canela, y ante todo la pimienta–, que pasaron a ser símbolos de estatus y riqueza, y que tuvieron un gran papel en el surgimiento de una idea del gusto diferenciada por clases sociales.
Luego vendría la locura por las bebidas calientes: café, té, chocolate. Schivelbusch enlaza el éxito de las dos primeras a su asociación con la ética protestante y la productividad, afirmando que sus efectos estimulantes estarían ligados a una nueva disposición al trabajo y a la consolidación del capitalismo burgués. Así nacería, en los siglos XVII y XVIII, toda una «literatura médica y poética que ensalzaba [su] acción benéfica sobre el intelecto». El chocolate, en cambio, fue más popular en el mundo católico, España e Italia mayormente, entre otras cosas porque, en tanto se bebía, no quebrantaba el ayuno y podía tomarse en las fiestas de guardar.
Los efectos tóxicos y de «veneno para los nervios» del tabaco (en pipa, cigarro o en forma de rapé) se conocieron desde muy temprano, lo que no impidió su adopción masiva ni su asociación con el trabajo intelectual (se creía que favorecía la concentración) y el refinamiento de salón. Fue también, desde el siglo XIX, un símbolo de la emancipación de la mujer, y un elemento omnipresente en el desarrollo de un nuevo oficio que hoy conocemos bien: la publicidad.
Los capítulos sobre el alcohol exponen las brutales consecuencias de un cambio en los patrones de ebriedad que resultaba funcional a la era de la revolución industrial: el reemplazo del vino y la cerveza, elementos tradicionales de socialización, por el aguardiente o gin, mucho más tóxico y potente, con el que legiones de obreros y soldados ahogaban sus miserias antes de perder el conocimiento y echarse a dormir la mona.
Por último, se habla brevemente de drogas como hachís, marihuana, morfina y cocaína, de venta libre y consideradas como analgésicos o sedantes hasta fines del siglo XIX, para concluir con el fenómeno del opio como «ejemplo de la ingenuidad y liberalidad que presidía su empleo, y de las consecuencias que de ello se derivaron».
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