DARWIN, LA HISTORIA DE UN HOMBRE EXTRAORDINARIO
Durante una expedición desde Valparaíso a los Andes en 1834, Darwin localizó depósitos marinos y los restos de un bosque petrificado. Dedujo que aquella parte del continente sudamericano había estado en algún momento cubierta por el mar, y que posteriormente se había elevado por encima de los 2.100 metros.
El 26 de noviembre de 1834, Darwin fue testigo de la erupción volcánica del Osorno estando en la Isla grande de Chiloé, al sur de Chile.
También sobrevivió en Valdivia a un terremoto que destruyó la ciudad de Concepción el 20 de febrero de 1835. Tales experiencias confirmaron de forma dramática los principios geológicos de Lyell y fueron un estímulo para las ideas revolucionarias de Darwin.
Durante una expedición en Argentina y de nuevo en los Andes, Darwin enfermó gravemente. Padeció unas fiebres que hoy se sospecha fueron causadas por la picadura de la vinchuca o chinche besucona, Triatoma infestans, portador habitual del protozoo parásito Trypanosoma cruzi, que causa el mal de Chagas. (...)
Se ha defendido que esta enfermedad fuera una de las posibles explicaciones de la mala salud que padeció Darwin toda su vida, pero no todos los detectives médicos están convencidos. Otros consideran que sus problemas físicos, aunque muy reales, eran de origen sicosomático, concretamente por el estrés causado por sus ideas, y hay un número de pruebas circunstanciales que apoyan tal hipótesis. Lo cierto es que la salud de Darwin mejoró en los años que siguieron a la aceptación general de sus ideas por la comunidad científica. Sus síntomas relacionados con el estrés pueden incluso considerarse una modalidad del trastorno de ansiedad. También ha habido quien afirma que Darwin se convirtió en un inválido para eludir las distracciones sociales y poder dedicarse a su trabajo. Estas tres explicaciones no se excluyen unas a otras: Darwin bien pudo sufrir un caso leve del mal de Chagas, añadido a los efectos negativos de un estrés autoinducido, y era, desde luego, celoso de su tiempo. (Véase To Be an Invalid, de Ralph Colp Jr., sobre especulaciones acerca de la enfermedad de Darwin.)
Tras abandonar la costa occidental de América del Sur, el Beagle puso rumbo al oeste y recorrió unos mil km hasta las Islas Galápagos, a las que dieron nombre sus tortugas gigantes. El Beagle pasó cinco semanas en las Galápagos en 1835, y Darwin visitó cuatro de las 16 islas mayores. Durante una cena, el vicegobernador de las islas explicó que podía identificar la isla de la que procedía una tortuga por la forma de su concha. (Más tarde, al marcharse de las Galápagos, la tripulación se llevó 18 tortugas vivas como alimento para el viaje de regreso.)
En el mismo sentido, Darwin había observado diferencias entre los sinsontes (cuatro especies de Nesomimus) de las diversas islas. Prácticamente todos los libros de texto de biología incluyen ilustraciones de los pinzones de Darwin y referencias a lo importantes que fueron para su concepto de la selección natural, pero lo cierto es que, mientras estuvo en las Galápagos, Darwin no notó las diferencias entre los pinzones. Es más, sus etiquetas no especificaban la isla de la que se había recogido cada pinzón. Sólo después del viaje, cuando el ornitólogo y pintor John Gould comenzó a estudiar y hacer dibujos de los pinzones, se hizo evidente que, al igual que los sinsontes, variaban de una isla a otra.
Darwin tuvo que recurrir a las notas y muestras de FitzRoy para establecer la procedencia de los pinzones. Aunque no fue consciente en toda su amplitud de las implicaciones evolutivas de lo que había visto hasta 18 meses después de su regreso de las Galápagos, la fauna de las islas, entre ellas las iguanas marinas y terrestres, le proporcionaron algunos indicios claros sobre la transmutación (evolución). Darwin consideró que las experiencias del Beagle fueron «la primera verdadera formación o educación para mi intelecto».
El Beagle, concluido su estudio, puso rumbo al sur y cruzó el Pacífico en dirección a Tahití, Nueva Zelanda y Australia –donde hizo escala en Sydney, Hobart (Tasmania) y Georges Sound (Australia Occidental)–, para luego dirigirse al Índico.
John Lort Stokes era oficial de cubierta y asistente de topografía de 19 años cuando el Beagle zarpó de Inglaterra en su segunda expedición. Compartía el camarote de popa con Darwin y el guardiamarina Philip Gidley King, quien permaneció en Sydney tras el paso del Beagle por dicho puerto en 1836. En el tercer viaje del Beagle, en 1939, ascendido a topógrafo naval, Stokes puso el nombre de Darwin a una hermosa bahía para que su compañero y amigo supiera que no le olvidaba. Aunque la bahía de Darwin (y posteriormente City of Darwin, capital del Territorio del Norte australiano) fuese bautizada en su honor, él nunca visitó la zona. Al final del tercer viaje del Beagle, Stokes estaba al mando de la nave, y el embarcadero de Stokes Hill Wharf en el puerto de Darwin lleva su nombre.
Durante su paso por las Islas Cocos (o Keeling), un archipiélago de veintisiete pequeñas islas de coral a 2 mil 800 kilómetros al noroeste de Perth (Australia), Darwin verificó sus ideas sobre la formación de los arrecifes de coral. Lo que proponía era que los arrecifes se habían formado en las costas de islas volcánicas recientes por medio de la colonización de larvas procedentes de otros arrecifes cercanos. Al hundirse gradualmente las islas por su propio peso y el del coral en expansión, los corales de los márgenes de la costa crecían hacia arriba, y dicho crecimiento venía a igualar el ritmo de la subsidencia de la isla.
La teoría de Darwin sobre el crecimiento de los corales se ha visto confirmada por perforaciones en los atolones, que revelaron gruesas capas de material coralino de los arrecifes sobre roca volcánica. En el atolón de Eniwetok, un martillo neumático perforó una capa de coral de más de mil metros ntes de llegar hasta el basalto. Una teoría como la de Darwin sobre el coral es más de lo que la mayoría de nosotros puede aspirar a lograr a lo largo de toda una vida, pero en su caso es sólo una entre muchas aportaciones a la biología.
El Beagle regresó a Inglaterra por el cabo de Buena Esperanza, Santa Helena y la isla de Ascensión. Charles recibió una carta de su hermana Catherine en la que le informaba de que Henslow había hecho circular sus cartas y especímenes, y que era famoso. Charles se sintió orgulloso, confuso y algo avergonzado.
Para completar formalmente la circunnavegación del globo, FitzRoy navegó hasta la costa de Sudamérica y luego puso rumbo norte hacia Inglaterra. El Beagle llegó a Falmouth el 2 de octubre de 1836, transcurridos cuatro años, nueve meses y cinco días desde su partida.
Una proposición
Darwin anhelaba una vida más tranquila en el campo para escapar del Londres contaminado y masificado, y empezó a pensar también en el matrimonio. A tono con su carácter racional, hizo una lista de pros y contras del matrimonio, y de algún modo la balanza se inclinó a favor del mismo:
Si me caso:
Niños–(si Dios quiere)-Una compañera constante (y amiga en la vejez) que se interese por uno,-objeto de amor y diversión (...)-Los encantos de la música y la cháchara femenina (...) -Por Dios, resulta intolerable pensar en pasar la vida entera como una abeja obrera estéril, trabajando y trabajando, y después nada (...) -Imagina pasar todo el día solo en la casa de Londres, entre el humo y la suciedad.-Piensa en lo que será tener una esposa cariñosa sentada en el sofá, con un buen fuego, libros y quizá música (...)- Cásate-Cásate-Cásate Q.E.D. [quod erat demonstrandum, es decir, «lo que se quería demostrar»]
Si no me caso:
Libertad para ir a donde uno quiera (...)-Conversación inteligente de los hombres de los clubs-sin la obligación de visitar a parientes, ni ceder a todos los caprichos.-los gastos y preocupaciones por los hijos-quizá peleas-Pérdida de tiempo.-no poder leer por las tardes-volverse gordo y ocioso-Preocupaciones y responsabilidad-menos dinero para libros, etcétera.-si son muchos niños, obligación de ganarse el pan (...) Quizá a mi mujer no le guste Londres; la sentencia en tal caso es el exilio y la degradación a idiota indolente y ocioso (...)
Tras aceptar la proposición de matrimonio, Emma escribió: «Charles es el hombre más abierto y transparente que he visto nunca, y con cada palabra expresa sus verdaderos pensamientos. Es especialmente afectuoso y agradable con su padre y sus hermanas, y siempre se muestra de lo más afable». Emma tenía 30 años y Charles 29 cuando se casaron. Ella era una mujer enérgica y educada que hablaba francés, italiano y alemán. Tocaba el piano con regularidad y, en su primera juventud, Chopin le había dado algunas clases durante un viaje prolongado de la familia por Europa. Emma dedicó su vida a Charles y a las atenciones que requerían su constante enfermedad y su trabajo, y a partir de la amistad inicial se desarrolló una profunda devoción mutua.
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