RECORDANDO A SANTI SANTAMARIA
Joder, hablamos con él, durante la exquisita cena de la que no quedó ni una migaja sobre el mantel, precisamente de lo feliz que estaba como un niño grande haciendo realidad su deseo de abrir un restaurante en el lujoso complejo de Marina Bay Sands. Allí se ha apagado.
En julio hubiese cumplido 54 años, brindemos en su honor, tras una bien regada comida mediterránea como Dios, Valentín Fuster, y los doctores de aquí Juan Madrid y Manuel Molina Boix mandan, porque su cocina ha hecho historia y, de paso, felices a muchos afortunados comensales.
Tenía esa manía: hacer feliz a la gente todo lo que podía; era servicial, cercano, rotundo, curioso. Claro que sabía que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, y que, con Ferlosio y sin Ferlosio, 'vendrán más años malos y nos harán más ciegos', pero defendía que había que estar preparados, para lo mejor y para lo peor, teniendo el estómago contento y no faltándonos gente querida para la que poder cocinar con placer. Familia. Amigos. Algo.
El equipo joven que dirige la cocina del Rincón de Pepe quiso agasajarle como se merecía, y él, agradecido, les brindó su experiencia, sus consejos nada pedantes, les invitó a su vez a visitarlo a mesa puesta en su restaurante-santuario de Can Fabes, y se lo comió todo de principio a fin, que no quedó una almendra a salvo.
Daba ánimos verle disfrutar, mientras quiso ser él quien sirviera las viandas en nuestros platos. Ya estaba tranquilo, una vez recuperados de un taxi, la sala de conferencias, el perchero de una cafetería y un sofá de su propio hotel, ¡el móvil, la cartera, las gafas de sol, su chaqueta y los citados papeles de un negocio gastronómico para firmar!, y comenzó el festín: hueva de mújol, quisquillas de Santa Pola, langostinos del Mar Menor, salmonetes, panaché de verduras salteadas con virutas de jamón ibérico, cabrito a la murciana, y una tarta suave que incluía crema de almendras y helado de vainilla.
Lo pienso y se me hace la boca agua. Lo pienso y me da pena Santi Santamaria, su repentina muerte. Abrupta. Él también lo parecía a veces, algo abrupto, por su abundante aspecto fiero, pero qué va: era un caballero, al modo clásico y un punto bonachón de Holly Martins en 'El tercer hombre'; y, más en el fondo que en la forma, era un tierno, uno de esos tipos que hubieran disfrutado sustituyendo a Robert Redford en el lavado literal de cabeza que le hace a una extasiada Meryl Streep en pleno corazón de África. Lo que pasa es que Santamaria hubiera aprovechado la ocasión para darle de merendar, y así ir abriendo boca, aunque hubiera sido una de las manzanas pintadas por Durero en su 'Adán y Eva', o alguna de las que alegran con su sabor nada 'deconstruido' la hermosa 'Oda al otoño' que escribió John Keats.
El astronauta Pedro Duque ha dicho en Murcia que para triunfar se necesita «ambición, esfuerzo, eficacia y salud de mente y corazón». A Santamaria le ha fallado lo último. Fue un cocinero muy sabio, y decidió vivir a su modo: contundente en todo, excesivo a veces, nada dispuesto a ver pasar la existencia tomándose sólo un café solo. Se tomaba pero que muy en serio, al igual que a su gente, a la que adoraba, lo de «danos hoy nuestro pan de cada día». Eso, eso, que no nos falte el pan.
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