¿DONDE ESTA PASCAL HENRY?
Por: Sara arreira - La Voz de Galicia - Lleva camino de convertirse en el culebrón del verano. La desaparición del gourmet, gastrónomo (o personaje a secas) Pascal Henry se presenta como una sabrosa ración de cotilleo.
Este hombre de 46 años, trabajador autónomo suizo, desapareció el pasado 12 de junio después de cenar en El Bulli -el restaurante de Ferran Adrià, en el municipio de Rosas-, cuando fue a su coche a buscar la cartera y nunca regresó. El problema es que su visita al sanctasantórum de la cocina formaba parte de un periplo de 68 restaurantes que había comenzado en mayo y del que todavía le quedaban 28 por visitar.
Empezando por el principio, y después de seguir el rastro de miguitas que ha ido dejando Henry, la historia es la siguiente. Pascal Henry es un hombre celoso de su intimidad y hasta misterioso que vive a caballo de un piso en Ginebra y la casa de unos amigos muy cerca de la ciudad, a los que no les ha dicho que se casó en el 98, aunque el matrimonio fracasó. Henry tiene una empresa de mensajería llamada One Coursier, de la que al parecer es único empleado y que se dedica en exclusiva a atender a los joyeros; en el sector lo consideran un hombre muy serio, formal y trabajador, aunque tras su desaparición no se ha encontrado rastro de la compañía en los registros locales.
Hace unos meses, Henry llamó a un periódico de Ginebra para contar su idea: recorrer en 70 días los 68 restaurantes de todo el mundo que tienen tres estrellas Michelin (llegar y salir del Lejano Oriente era imposible sin perder sendas jornadas), escribir un libro con sus impresiones y seguir con su vida.
Como un coche caro - En medio del viaje, a finales de mayo, contactó con el enólogo suizo Jacques Perrin y este publicó una charla en su blog: «Soñaba con esto desde hace dos años -le dijo Henry-. En un momento dado, todos tenemos ganas de hacer algo extraordinario. ¡Lo preparé durante cuatro meses antes y me lancé!». Solo en comidas tenía que reservar unos 20.000 euros, viajes y hoteles aparte: «Digamos que corresponde a la inversión para la compra de un coche nuevo con todas las prestaciones», reconocía el propio Henry, quien se movía en moto por Ginebra.
El 5 de mayo comenzó en la casa de Paul Bocuse, padre de la nueva cocina y leyenda de los fogones. Le contó su idea y Bocuse, que creyó que ya lo había oído y visto todo en la vida, se entusiasmó. Nada como tener un amigo poderoso: en un pispás, Henry tenía mesa en todos los restaurantes al ritmo que deseaba -como cada día iba a uno diferente, había que hacer ingeniería horaria para encajar fechas-; un cuaderno de tapas negras del propio Bocuse para que apuntase los menús y sus impresiones; y la promesa de que un editor le estaría esperando al final del viaje. Por ayudar, Bocuse consiguió que el sumiller Bernard Loiseau le encontrase un título al libro, La ruta 68. No deja de ser irónico el nombre, porque la supuesta espantá de Henry tuvo un precedente, en Estados Unidos (¿haciendo la ruta 66?) cuando era joven. Eso lo dijo su tío, único pariente, tras la desaparición.
La mitad del periplo - Pero estamos en el comienzo del viaje. Henry había recorrido con precisión de relojero suizo ocho países y 39 restaurantes cuando llegó a El Bulli. Para cuando se sentó, en la cocina tenían guardado el fax de Bocuse con un dibujo del muñeco Michelin contando la historia del mensajero. Todo preparado para atenderlo. Pidió un menú degustación (32 platos) y media botella de vino. Su presencia -era el único que comía solo- era notoria y alguien le contó la historia a una periodista de La Vanguardia que estaba de cena con unos amigos. Ella quiso hablar con él y Henry se mostró encantador y le explicó cómo era su proyecto; cuando le iba a dar a una tarjeta con las señas, descubrió que no llevaba ninguna. Ni eso ni otra cosa, porque no tenía cartera. Se levantó, se disculpó con el camarero -que le dijo que volviese sin problemas al día siguiente- y comentó que regresaría enseguida con la cartera, la tarjeta y el dinero. Hasta hoy.
Horas después se salir del restaurante, Juli Soler, copropietario de El Bulli, acudió a la policía, no para reclamar el dinero sino porque temía que le hubiese pasado algo («tiene un sueño y ha invertido sus ahorros en hacerlo realidad. Otros se compran un Audi. Volverá mañana», dijo). En una silla del mejor restaurante del mundo, Henry había dejado su sombrero y la agenda de Bocuse. Gracias a ella localizaron a su único pariente, un tío que vive en Ginebra, que dijo que no era la primera vez que desaparecía, que dejasen de buscarlo para que pudiese volver a asomar la cabeza.
Los Mossos lo intentaron. No hallaron sus datos de un hotel o del coche. Nada. ¿Qué le ocurrió? ¿Se vio sin fuerzas para terminar un empalagoso viaje o carecía de dinero y la vergüenza lo llevó a la fuga? ¿Tuvo un accidente? Los Mossos sospechan que, como un bocado de aire de melón, Pascal Henry se deshizo en un chasquido contra el paladar de la realidad.
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